Las peluquerías están desapareciendo. En la calle Perú, a unos pasos del Eje Central Lázaro Cárdenas, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, queda un sobreviviente: Sabino Cano, “El Chaparrito”.
Envuelto con una bata blanca, Don Sabino levanta su tono de voz que parece regañona: “el oficio del peluquero está en crisis, nunca se ha valorado mi trabajo”.
Aquel hombre apenas pasa del metro y medio de estatura, usa pantalones verde olivo y sus zapatos cafés lucen impecables. Las canas han invadido por completo su cabello y bigote. Le sabe a la navaja, a la tijera y al peine desde la adolescencia. Su hermano lo enseñó cuando aún vivían en Cortazar, Guanajuato.
El lugar está deteriorado, el tiempo ha dejado sus huellas. El interior se observa porque los vidrios de la puerta son grandes y están limpios. Todo está pintado de blanco. En el centro hay un sillón giratorio y al frente un espejo.
Al lado izquierdo hay un sofá encargado de soportar la espera; junto a él, hay una vitrina que guarda jabones de tocador, botellas de alcohol y papel de baño. El lado derecho lo ocupa un mueble con tres cajones; ahí reside un ventilador oxidado, una grabadora empolvada y tres botellas de vidrio llenas de Coca Cola. Todo recuerda al pasado.
Los ojos de Don Sabino están cansados, mientras las tijeras son llevadas a la cabellera de un cliente. Los cortes son lentos, cuidadosos y precisos. El pelo cae al suelo. La máquina eléctrica zumba para desvanecer la melena. Luego entra la navaja, la perfección es su trabajo.
A las mujeres nunca las he entendido
En las peluquerías tradicionales sólo se atienden a varones. El corte de cabello y la rasurada de barba y bigote son las especialidades de la casa. Aquí no se hacen chinos, no se pinta el cabello, no se arreglan las uñas.
“Yo sólo hago todos los cortes de aquellos años: casquete corto, casquete abultado, tapa plana. Ahora los jóvenes son muy delicados, andan con los pelos pa’arriba, parecen tlacuaches -declara entre risas Don Sabino- ¡Hijo de la fregada! Y una lata que dan... ¡De la patada! Por eso no pelo a esos muchachos. Si vienen les digo que no, los corro con groserías. ‘Yo no hago chingaderas’, les advierto”.
Sabino Cano tampoco aguanta a los niños: “No quiero saber nada de ellos. No se dejan. Dan mucha guerra y no pagan. Quieren pagar menos porque están chiquitos”. Su primera máquina eléctrica se la compró porque los infantes no se dejaban cortar el cabello con la navaja.
Si un cliente se acompaña de su mujer o su novia, el Chaparrito pierde la paciencia.
-¿Cómo se lo corto, joven?- pregunta el peluquero.
-Pus como te diga ella.
-¿Qué ella se lo va a cortar o qué?
-No, pus no.
-Entonces por qué le debo preguntar.
Con un tono agresivo, Sabino Cano reniega: “¿Por qué no se va un ratito a Garibaldi, señorita? No dejan trabajar a uno, verdad de Dios. Le quieren enseñar el catecismo al padre. A las mujeres nunca las he entendido”.
La crisis
Según Don Sabino, ahora ya no se forman peluqueros. Quienes quieren trabajar en el ramo, tienen que estudiar en academias donde los adiestran como estilistas. Algo muy diferente a su oficio.
En las estéticas ya no utilizan la navaja para cortar cabello, siguen normas de higiene y salud que fomentan el uso de artículos desechables para prevenir enfermedades. De la rasurada ni se habla. El servicio que ahí se brinda es unisex, para hombres y mujeres.
Don Sabino observó que en la década de los años setenta del siglo XX, las estéticas hicieron que sus negocios entraran en crisis. La causa se la adjudican a los movimientos feministas que permitieron a la mujer tener empleos y convivir directamente con los hombres. Además, los homosexuales también ocuparon esa fuente de trabajo.
“Hay peluquerías que no tienen clientes, por eso dan servicio a damas y caballeros. Pero aquí, gracias a Dios, sí nos ha ido bien. Estamos acreditados, todo el día chambeamos. Poco, pero todo el día parados”, se le oye esperanzado al May.
Don Sabino, con sus ochenta y tres años a cuestas, y sus sesenta como peluquero, concluye contundente: “la peluquería va a desaparecer, yo ya voy de salida” dijo.
Entrevista con Sabino Cano
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